Erase una vez una muchacha llamada Elvira, Elvira tenía 13 años, era morena, bajita y con unos ojos verdes deslumbrantes. Elvira tenía un montonazo de amigos, Carlos, Alberto, Laura, Marta y Elena, eran con los que más tiempo pasaba, por así decirlo, los más especiales. Carlos era su mejor amigo, pero lo que ella no sabía era que estaba enamorado de ella.
Uno de los días, un nuevo compañero llego a su clase, se llamaba Pablo, y era todo lo que Elvira deseaba, era rubio, alto y con unos ojos azules impresionantes. Casi todas las chicas se pillaron por él, incluyendo a Elvira, aunque no a sus amigas, ellas no se dejaban llevar por las primeras impresiones nunca, y decidieron pasar de él. Pero para Elvira era muy difícil el no dejar de mirarle, el no dejar de imaginarse su vida junto a él. Y en uno de esos días empezó a cambiar, se corto el pelo, se compro un montón de ropa nueva, se pintaba todos los días, y eso simplemente por el hecho de que así se iba a fijar más en ella, pero no fue así, al cabo de unos meses sus amigos dejaron de ser sus amigos, pues cambió demasiado, además prefería estar con otras niñas que solo hablaban de Pablo, y su otra desgracia era que aunque ninguna chica lo supiese Pablo tenía novia.
Elvira se quedó hecha polvo, y se puso a reflexionar sobre lo que la había pasado, y llego a la conclusión de que había hecho mal en separarse de sus verdaderos amigos, porque no eran tan superficiales y además hablaban de cosas más importantes, y de que si alguien te quiere, te iba a querer tal y como eras, y que lo bueno no es cambiar por alguien, sino por uno mismo.
Carlos, siempre muy atento de cada cosa que pasaba en la vida de Elvira, por muy mala que hubiese sido con ellos, él siempre tendría esa espinita en el corazón. Carlos poco a poco introdujo de nuevo a Elvira en su vida real, en la vida en la que tenía una vida feliz realmente y no superficial. Y poco a poco se dio cuenta de que Carlos era no igual de maravilloso que Pablo, sino que aún lo era más, y de que como bien se había dado cuenta, cuando quieres a alguien no importa la superficie sino el interior. Y que esa enorme felicidad que te dan esos pequeños detalles no se puede comprar ni con todo el oro del mundo. Y que no es malo perder la cabeza por amor, sino saber por quien pierdes la cabeza.
Uno de los días, un nuevo compañero llego a su clase, se llamaba Pablo, y era todo lo que Elvira deseaba, era rubio, alto y con unos ojos azules impresionantes. Casi todas las chicas se pillaron por él, incluyendo a Elvira, aunque no a sus amigas, ellas no se dejaban llevar por las primeras impresiones nunca, y decidieron pasar de él. Pero para Elvira era muy difícil el no dejar de mirarle, el no dejar de imaginarse su vida junto a él. Y en uno de esos días empezó a cambiar, se corto el pelo, se compro un montón de ropa nueva, se pintaba todos los días, y eso simplemente por el hecho de que así se iba a fijar más en ella, pero no fue así, al cabo de unos meses sus amigos dejaron de ser sus amigos, pues cambió demasiado, además prefería estar con otras niñas que solo hablaban de Pablo, y su otra desgracia era que aunque ninguna chica lo supiese Pablo tenía novia.
Elvira se quedó hecha polvo, y se puso a reflexionar sobre lo que la había pasado, y llego a la conclusión de que había hecho mal en separarse de sus verdaderos amigos, porque no eran tan superficiales y además hablaban de cosas más importantes, y de que si alguien te quiere, te iba a querer tal y como eras, y que lo bueno no es cambiar por alguien, sino por uno mismo.
Carlos, siempre muy atento de cada cosa que pasaba en la vida de Elvira, por muy mala que hubiese sido con ellos, él siempre tendría esa espinita en el corazón. Carlos poco a poco introdujo de nuevo a Elvira en su vida real, en la vida en la que tenía una vida feliz realmente y no superficial. Y poco a poco se dio cuenta de que Carlos era no igual de maravilloso que Pablo, sino que aún lo era más, y de que como bien se había dado cuenta, cuando quieres a alguien no importa la superficie sino el interior. Y que esa enorme felicidad que te dan esos pequeños detalles no se puede comprar ni con todo el oro del mundo. Y que no es malo perder la cabeza por amor, sino saber por quien pierdes la cabeza.